Opinión | Notas sobre cine

Volver a 'La Casa' que construimos

A vueltas con la arquitectura emocional a propósito de 'La Casa', la adaptación de Álex Montoya de la novela gráfica homónima de Paco Roca

'La Casa', adaptación de Álex Montoya de la novela gráfica homónima de Paco Roca.

'La Casa', adaptación de Álex Montoya de la novela gráfica homónima de Paco Roca. / L. O.

El sábado cumplía mi abuela 89 años y en el instante que soplaba las velas con la inocente violencia de una niña de parvulario, me acordé de mi abuelo. De alguien que no llegué a conocer.

Mi memoria sólo es capaz de trazar flashes como si fuera un disco duro reproduciendo una canción que nunca existió. En mi casa se le llama Abu, una abreviatura que ha momificado su nombre pero no su presencia, y durante mi infancia me convencí de que ese era su verdadero nombre. Al hacerme mayor confirmé que se llamaba Manolo, pero esa información apareció demasiado tarde. Era innecesaria.

Siempre hay una arquitectura emocional con la que tejemos nuestra vida -bien tematiza sus obras León Simiaini-. Una edificación que nunca se avería, que vence a la despintura de lo actual, lo inmediatamente presente. Con 'La Casa' vuelvo a pisar mis huellas del jardín, a recorrer una piscina vallada del presente exterior o a rozar mis dedos contra el recuerdo carbonizado de esas barbacoas donde literalmente nos zampábamos las noches. Me identifico -con menos años, y también con menos barba- con el Jose de David Verdaguer, en ese escritor que evidencia en sus libros un espacio de huida y vuelve al hogar donde la literatura es un arma oxidada para defenderse de la culpa. Como hace Jose, y hacemos todos, debemos hacer frente a la suciedad perenne del jardín: un fuste muerto que nos reclama compañía, arrancar las malas hierbas y darles un poco de la manguera que fue tan testigo como herramienta de las más pueriles aventuras.

Admito que tengo conflictos internos con el final de 'La Casa'. Hay un mensaje que se exterioriza en el filme sobre cuidar el pasado, de retornarlo de su cajón del olvido y que las raíces que germinamos, aunque nadie las observe, existen. Y funcionan, como los CD que seguirán haciendo de Jeanette y su Oye Mamá, oye Papá la canción de moda. Por lo que me carcomía saliendo de la sala que los personajes aceptaran la derrota y que ese viaje en el tiempo fuera más un arrebato de nostalgia y no de reconciliación. Sí, también lo hay, porque los personajes vomitan su odio y abrazan las lágrimas del otro, pero me parecía de cobardía emocional el acto de sentarte en la silla de los recuerdos para después cargarte sus patas. Arreglar la cerradura de la puerta y hacerlo en vano, cuando a la mañana siguiente se cuelga casi inescrupulosamente el cartel de Se Vende.

Pasan los días y pienso: «Será que el amor no tiene la fuerza suficiente de vencer al tiempo». Que si el mundo vendiera su infancia todos seríamos millonarios. Ahí me doy cuenta de que en 'La Casa' hay el mismo lugar para recordar como para la esperanza: personajes como Ema (María Romanillos) que se pierden en el trastero, que aparejan ladrillos y que rechaza un éxodo rural hacia la metrópoli donde habitan todos menos el silencio.

Escribiendo el texto aprendo que el legado del tiempo no es material. Ya me respondía a mi mismo con lo de Arquitectura emocional: en la casa de todos, en lo compartido, habitan las casas que cada uno construimos. La pena es que cuidar lo que fuimos no salga rentable.

Puede que llegue demasiado pronto a ver 'La Casa'. Puede que tenga que hacerme un poco mayor. Puede que llegado el momento conozca a mi abuelo. Sin recordar haberlo visto, en sus años de ausencia me acostumbré a verlo por todos los rincones. Lo sigo haciendo. Me gusta pensar que al construir la casa en parte me construyó a mí.